lunes, 5 de octubre de 2009

LAS RELACIONES ESPAÑA- PORTUGAL TRAS LAS ELECCIONES PORTUGUESAS

A pesar del escaso eco que las convocatorias electorales portuguesas suelen tener en España, es particularmente llamativa la importancia que, a la inversa, las relaciones España-Portugal han tenido en nuestro vecino. La prensa se ha hecho eco de forma continuada de las sucesivas diatribas que la líder del partido Socialdemócrata; Manuela Ferreira –conocida popularmente como “la vieja”- ha lanzado contra empresas e inversiones españolas –particularmente contra el AVE-, parte de la denominada “influencia española” en la política portuguesa, que, atendiendo a los datos objetivos supondría un 20 % del PIB portugués, una cifra nada desdeñable y escasamente comparable a cualquier otro estado europeo.
El sistema político portugués es difícilmente comprensible para la mayoría de los ciudadanos españoles e incluso europeos. Aparentemente escorado hacia la izquierda, tenemos una derecha democristiana –el partido popular portugués-, que tiene una representación mínima en el parlamento portugués, para lo que son los estándares europeos, un partido socialdemócrata convertido en una suerte de centro-derecha conservador, un partido socialista y un Partido Comunista –de raíces estalinistas y base agraria-y una izquierda que ocupan el lugar del partido democristiano en la derecha. Esta organización electoral, que tiene sus orígenes en la Revolución de los Claveles y su transición a la democracia, en realidad oculta muchos otros elementos que deben ser tenidos en cuenta.
En primer lugar hay que destacar que, pese a las denominaciones, Portugal es un estado mucho más práctico y centrado que la España actual. El Partido Socialista de Sócrates, a pesar de las rivalidades con el partido Socialdemócrata tiene un programa económico, que es mucho más cercano a este o a la derecha democristiana, que a sus supuestos homólogos de la izquierda. La mayoría de los analistas en España han considerado que para gobernar, el Partido Socialista debería pactar con los grupos de izquierda como suele pasar en el resto de estados europeos, sin embargo, es muy posible que, como ya han hecho otras veces, los socialistas pacten con el Partido Popular o con el Partido Socialdemócrata, cuyas recetas económicas a menudo comparten y cuyo único apoyo les permitiría gobernar sin necesidad de pactos volátiles con los grupos de izquierda y con una mayor complejidad en la matemática parlamentaria. La realidad, es que Portugal es un país pragmático donde no existe ningún Zapatero que radicalice posición alguna.
En lo que respecta a España y a sus intereses nacionales, la derrota de la líder socialdemócrata no puede considerarse sino como una buena noticia. La demagogia antiespañolista que ha dominado en muchas ocasiones las elecciones portuguesas –y que es utilizada también por los partidos nacionalistas a nivel español-, aún en contra de sus propios intereses económicos, ha fracasado. Los vituperios de Ferreira se han demostrado útiles para que Sócrates, -cuya actitud ante algunos asuntos como la construcción del AVE había sido absolutamente pasiva-, se pronunciase y lo defendiese. Por otro lado, la existencia de una victoria sobre este tipo de posicionamientos permite augurar una mejora en las relaciones de dos países que se necesitan y que históricamente parecen haber vivido de espaldas a pesar de los intereses y lazos históricos que los unen, tal y como demuestra la encuesta realizada por el Barómetro de Opinión Hispano-Luso; que, pese a la indiferencia que tal unión causa en una España acosada por movimientos separatistas, el 40 % aproximadamente de los portugueses es favorable a la “Unión Ibérica” –tal y como se ha denominado tradicionalmente a la posible unión entre España y Portugal- y un 50 % a que se enseñe español en las escuelas. Cifra que llama poderosamente la atención dados los problemas que tenemos con la enseñanza de la lengua común en España. Más claro, agua.

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