viernes, 24 de julio de 2009

UNA INOPORTUNA VISITA


Hace unas semanas en este mismo blog, nos hacíamos eco del editorial de un importante Think Tank británico, que calificaba la política exterior del presidente Zapatero como propia de un país pequeño. A estos efectos, la visita del ministro de asuntos exteriores Miguel Ángel Moratinos a Gibraltar, no solo la califica como propia de un país pequeño sino ausente de rumbo y contraproducente para cualquier tipo de interés nacional que se precie de serlo.
La visita de Moratinos a Gibraltar, la primera de cualquier ministro español desde el tratado de Utrecht de 1713, se ha visto revestida de tintes humillantes para el estado español. La fotografía con el ministro de asuntos exteriores británico Miliband y con el gobernador de la colonia Caruana, pasará a los anales de la historia como una de las más vergonzosas para la diplomacia española, en la que el propio Moratinos representará a una España que no podrá ser considerada sino como la tonta del baile. España es la única de las tres entidades representadas en la misma que no obtiene beneficio alguno de la reunión y, para colmo, pierde credibilidad y respeto.
Los efectos simbólicos o jurídicos son lo de menos, máxime teniendo en cuenta que las normas internacionales no son sino relaciones de poder normativizadas. Sin embargo, los efectos políticos son otra cosa; España ha vuelto a dar una imagen de cesión continua, de falta de perseverancia en la defensa del interés nacional, y eso no puede dar lugar sino al debilitamiento de nuestra posición internacional y a un incremento en las agresiones hacia nuestros intereses por parte de estados -a menudo hostiles a ellos- como Venezuela o Marruecos. Si cedemos en cuestiones tan relevantes para nosotros como la propia soberanía, integridad territorial y cumplimiento del estado de derecho en nuestro país, todos ellos afectados por la misma existencia de Gibraltar, qué se puede esperar que hagamos si se trata de defender una empresa española de la nacionalización por un estado extranjero, o de la propia situación de enclaves como Ceuta y Melilla.
Nuevamente estamos ante un problema incardinado en la propia naturaleza de la política exterior desarrollada por el presidente Zapatero. Zapatero no cree en la nación española, como buena parte de la izquierda del país, y por tanto, tampoco puede creer en la existencia de un interés nacional que guíe la política exterior, como ocurre en la práctica totalidad de los estados occidentales serios. La única política exterior en la que cree Zapatero es la de la paz mundial, la del cosmopolitismo, la del diálogo y el buen rollito, tal y como afirma cada vez que tiene oportunidad en los foros en los que interviene. Olvida por tanto que quien le ha elegido es el pueblo español y no la comunidad mundial, y son sus intereses y no otros, los que tiene que defender independientemente de sus preferencias personales.
La justificación de la defensa del interés nacional, proclamando vulgaridades impropias de un ministro de asuntos exteriores, no es una base suficiente que explique el comportamiento del gobierno español en un asunto tan sensible. El diálogo en Relaciones Internacionales, aunque necesario, no es suficiente para arreglar este asunto y recuperar la soberanía del Peñón. La política internacional hace ya tiempo que averiguó que la armonía entre los intereses nacionales e internacionales no existe y que los problemas no se solucionan únicamente hablando. La primera lección que tiene que aprender el presidente Zapatero para corregir los desaguisados de su política exterior es que el resto de la comunidad internacional debe respetarle y tomarle en serio, de lo contrario no conseguirá gran cosa. Para ello muchas veces habrá que hacer uso tanto del poder como del diálogo y sobretodo, habrá que tomarse en serio la existencia de una comunidad política llamada España, que le ha elegido y espera que defienda sus intereses, aunque eso no le guste. Una situación completamente contraria a la producida como consecuencia del inoportuno viaje de Moratinos a Gibraltar.

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