martes, 7 de julio de 2009

¿ES RAZONABLE LA POSTURA DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL EN EL CASO DE HONDURAS?

Uno de los supuestos más recientes y mediáticos que se han dado en el ámbito de la política internacional, es el supuesto golpe de estado que se ha producido en Honduras y la consiguiente reacción internacional. Sin embargo, llama la atención que muchos gobiernos, entre ellos el español, que no se han caracterizado precisamente por su apoyo a la democracia en relación a determinados estados autocráticos –particularmente los musulmanes o africanos-, se lleven las manos a la cabeza ante la expulsión de un presidente acusado de numerosas irregularidades para perpetuarse en el poder y que se ha granjeado la oposición de todos los poderes de su país –tanto ejecutivo como legislativo o judicial- e incluso del partido al que supuestamente representaba.
Independientemente de la torpeza con la que se haya ejecutado el golpe contra uno de los principales aliados de Chávez en la región, cabe preguntarse si el mismo se ha hecho para acabar con la democracia, o más bien, para asegurar la misma. La miopía con la que numerosos actores internacionales están observando el desarrollo de la situación en Honduras clama al cielo. Particularmente irritante es la actitud de estados occidentales como el español, que ha instado a los embajadores europeos a retirarse del país o la de Estados Unidos que se ha dedicado con el presidente Obama a negociar con algunos de los estados autocráticos más hostiles a Occidente –entre ellos China, Rusia o Irán-, suprimiendo la democracia y los derechos humanos de la agenda.
Con todo, lo más irritante es la hipocresía de determinadas organizaciones internacionales como la OEA, que abrió sus puertas a Cuba sin necesidad de que realizase reforma democrática alguna o de estados autocráticos o semidemocráticos como la citada Cuba, Venezuela o Bolivia, convertidos de repente en los defensores internacionales de la democracia ante la pasividad de Occidente. Si el acuerdo para el retorno –y la destitución y enjuiciamiento- del presidente Zelaya no se lleva a cabo, la estrategia geopolítica de Occidente debería pasar por apoyar el movimiento hondureño.
En definitiva, apoyar a Honduras no es simplemente desarrollar los principios del realismo político en relación a la prudencia y la autorrestricción; sino asegurar la pervivencia de la democracia y la contención de estados autocráticos o semidemocráticos como Venezuela o Cuba, que pretenden extender sus tentáculos en la región a costa de un Occidente que parece permanecer en la inopia intelectual y política, permitiendo que un impresentable como Zelaya se convierta en el adalid de la democracia mundial con ayuda de gobiernos como el español, que no siempre se han caracterizado por la defensa del principio de la libertad que hasta las dictaduras hoy invocan.

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