jueves, 17 de septiembre de 2009

ADIVINA QUIEN VIENE ESTA NOCHE

La reciente visita a España de dos de los líderes más polémicos de Latinoamérica no parece haber dejado indiferente a ningún partido político o periodista que se precie. De forma sucesiva; el presidente de Venezuela, Hugo Chávez y el de Bolivia, Evo Morales han montado su show “indigenista, bolivariano y antiimperialista” en diferentes escenarios de la capital española como son la Casa del Libro de la Gran Vía, la Universidad Complutense de Madrid –donde el presidente boliviano fue recibido nada menos que por el mismo rector- o la Plaza de Toros de Leganés. En este empeño han sido acompañados por algunos de los miembros más destacados de la progresía española como el líder de Izquierda Unida Cayo Lara. 

Este posicionamiento de determinados sectores de la extrema izquierda española no deberían parecer ilógicas dada la fundamentación ideológica de partidos que, como Izquierda Unida, apoyan a las dictaduras de su cuerda como la Cuba de los Castro –que se encuentra en clara transición a un régimen de capitalismo autoritario, que combinará la antes repudiada economía de mercado con un régimen político autoritario a lo chino. Mucho menos explicable es, en cambio, la reacción complaciente de algunas de las principales autoridades españolas y del partido socialista hacia unos regímenes que no se han caracterizado precisamente por su simpatía hacia España y sus intereses –tal y como demostraron oponiéndose a que nuestro país participase en la celebración de los centenarios de las independencias latinoamericanas. Tanto Bolivia como Venezuela han amenazado y expropiado a empresas españolas en caso de que no se sometiesen a sus dictados, al igual que han hecho con sus propios ciudadanos. 

El propio presidente Zapatero y su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, convertidos por obra y gracia del destino en los mayores defensores de la “democracia liberal” en Honduras, estableciendo todo tipo de sanciones al régimen de Micheletti; reciben y agasajan a los líderes de estados, calificados por prestigiosas instituciones como Freedom House como democracias electoralistas. Es decir, regímenes semidemocráticos caracterizados por unas elecciones formales, pero también por incumplir el estándar en derechos y libertades individuales de sus propios ciudadanos. Entendiendo que la política del presidente Zapatero -que contradice sus discursos cosmopolitas ante Naciones Unidas con un supuesto comportamiento realista en relación a regímenes como los de Morales, Chávez u Obiang-, quiere defender los intereses de las empresas españolas como Repsol en aquellos países, habría que especificarle que para jugar a la realpolitik hay que jugar bien y con todas las consecuencias. 

El realismo es una opción muy válida y probablemente la mejor de todas a la hora de dirigir una política exterior. Sin embargo, si se quiere mantener una relación correcta y aceptable con las autocracias –dictaduras- del ancho mundo a efectos de obtener réditos tanto económicos como políticos, lo primero que hay que tener en cuenta es que las mismas deben ser fiables y estables. Esto es, que a la mínima de cambio no se vuelvan imprevisibles y opten por perjudicar en vez de beneficiar los intereses españoles, como ha ocurrido precisamente en los casos de Bolivia o Venezuela y, en el caso de que lo hicieran, actuar de forma contundente y enérgica para evitar que tales vulneraciones se produzcan de nuevo. La actitud del gobierno de Zapatero ha demostrado precisamente lo contrario, ha cancelado la deuda externa con Bolivia, ha aceptado que los bolivianos puedan votar sin problema en las elecciones municipales, ha agasajado y elogiado una política que es dudosamente benéfica para los intereses de España y ¿qué es lo que ha recibido a cambio sino vagas promesas de seguridad jurídica que los hechos han demostrado falsas hasta el momento, acentuando nuevamente el ridículo diplomático de una España que en enero llevará la presidencia de la Unión Europea? 

Mucho más hábiles que nosotros, los franceses han desembarcado en un estado no tan cuestionable y desde luego mucho más fiable como Brasil, obteniendo una alianza estratégica y contratos por valor de más de 13.000 millones de dólares en venta de tecnología y armas, por no hablar de su más que probable participación en los inmensos yacimientos de petróleo descubiertos en la costa Atlántica brasileña. Asimismo, Brasil ha convertido a Francia en su principal valedor en la Unión Europea, un puesto que por tradición histórica y cultural le debería corresponder a España –que además ha aceptado implícitamente la introducción de un rival en una zona de influencia estratégica. Esperemos que Zapatero y su gabinete aprendan de Sarkozy –quien además carece de los prejuicios antinucleares y supuestamente pacifistas del primero- lo que es tener una verdadera política exterior y entiendan lo que es el realismo para evitar tanto ridículo y obtener los réditos que el desarrollo de una política internacional coherente y digna de serlo pueden aportar a un estado que, como España, no se merece tanta incompetencia.

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